viernes, 21 de mayo de 2010

Artículo 1

El “tecnoestrés”

Quizá sin saberlo, usted padezca ‘tecnoestrés’, una nueva y todavía no suficientemente explorada patología que alimenta en el paciente una dependencia progresiva de los artilugios tecnológicos. Se trata de una enfermedad de crecimiento subterráneo, cuyos primeros síntomas no afloran hasta que el paciente ha adquirido, sin siquiera saberlo, una adicción. El más frecuente y reconocible de estos síntomas consiste en desarrollar una sensación de cotidiano fracaso, cuando nuestros actos no se acompasan a la velocidad del vértigo que impone la tecnología; la certeza de que nuestra inteligencia, por laboriosa o perseverante que sea, nunca viajará a la misma velocidad que los impulsos electrónicos nos convierte en frustrados perseguidores de una quimera. Cualquier obstáculo que medie entre nuestras expectativas y su consumación se convierte en un incesante y atosigador motivo de insatisfacciones. Se calcula que una de cada cinco personas padecen hoy esta patología en diverso grado; proporción que se incrementa (uno de cada tres) entre quienes, por la naturaleza de su trabajo, están sometidos a una mayor ‘presión tecnológica’.

El tecnoestrés altera, al principio de forma imperceptible, pero enseguida de un modo insidioso y asfixiante, nuestros hábitos: los límites entre la jornada laboral y el tiempo reservado al ocio se difuminan; los vínculos de cohesión familiar se hacen quebradizos y el autismo afectivo acaba sustituyendo las naturales expansiones sentimentales que regían el trato con nuestros allegados; toda la liturgia de aproximaciones y tanteos que componen el cortejo erótico son suprimidos, en el afán de obtener una satisfacción sexual expeditiva e inmediata; el flujo incesante de información que nos proporciona la tecnología nos impide adiestrar la capacidad para digerirla, lo que inevitablemente erosiona nuestro mundo interior, hasta tornarlo raquítico o inane. Pero quizá el efecto más estragante del tecnoestrés –y lo que lo convierte en una enfermedad adictiva– sea la conciencia o complejo de inferioridad que instila en el enfermo, que llega a confundir el desasosiego abrumador que la tecnología ha introducido en su existencia con una carencia personal que sólo puede corregirse mediante una mayor dependencia tecnológica.

Juan Manuel de Prada, “Tecnoestrés”, El Semanal, 3 de julio de 2005


OPINIÓN PERSONAL

El texto ante el que nos encontramos es un artículo periodístico publicado en El Semanal el día 3 de julio de 2005; su autor es Juan Manuel de Prada, reputado novelista y colaborador de varios diarios nacionales.

En mi opinión, este texto toca varios puntos interesantes y sobre los que creo que deberíamos reflexionar en relación a las nuevas tecnologías; vivimos en un mundo en el que las TIC son ya parte de nuestra existencia y hoy en día es casi misión imposible encontrar un hogar que no cuente con, al menos, un ordenador (hablo evidentemente de los países desarrollados).

Así, las TIC facilitan en muchos aspectos nuestro quehacer cotidiano (podemos leer la prensa por internet, hacer la compra on line) y favorecen las relaciones sociales e interpersonales a través de las redes sociales o la mensajería instantánea, por ejemplo. En este sentido, las nuevas tecnologías se han instalado en nuestras vidas y la han hecho más fácil y cómoda, tanto que en pocas ocasiones nos paramos a pensar si todas estas ventajas no tendrán un precio demasiado alto.

Creo que ya ha quedado patente que soy un firme defensor de las TIC entendidas como un medio útil y práctico para muchos fines: consulta de información, herramienta de aprendizaje, vehículo de entretenimiento…pero también creo que el sentido común hay que aplicarlo a todas las facetas de nuestra existencia, incluida el uso de las nuevas tecnologías. Estoy de acuerdo con el autor del texto en que actualmente muchas veces es la máquina la que domina al hombre, y no al revés.

Las TIC han traído a nuestra vida muchas ventajas pero también algunos inconvenientes: el texto afirma que con la tecnología “los límites entre la jornada laboral y el tiempo reservado al ocio se difuminan”, y es cierto, ya que ahora sólo es necesario un ordenador para trabajar desde cualquier sitio y a cualquier hora, independientemente de que esa hora sea intempestiva o pertenezca a nuestro tiempo libre.

Además, las nuevas tecnologías son rápidas e inmediatas, nos proporcionan lo que queremos con tan solo un “click”; en mi opinión, acostumbrarnos en todas las facetas de nuestra vida a esa rapidez vertiginosa es peligroso e irreal, sobre todo para los más jóvenes, que tienen que ser conscientes de que hay muchas cosas que no pueden conseguirse de forma tan fácil y rápida, sino que requieren esfuerzo, trabajo, dedicación y tiempo.

Como conclusión diría que las TIC son herramientas útiles si se usan de forma razonable ya que, como hemos dicho, nos permiten cosas que hace años ni hubiéramos soñado: consultar un periódico estadounidense, comprar en una tienda de Tokio o hablar con un amigo que vive en China de manera gratuita, por ejemplo; pero si se abusa de esa tecnología y se convierte en el único centro de nuestra existencia sustituyendo las relaciones interpersonales, familiares o culturales acabaremos por convertirnos en personas aún más individualistas e intolerantes, convencidas de que lo único que merece la pena es lo fácil, lo cómodo, lo rápido, lo anónimo… y esto es algo que debemos evitar, empezando por los más jóvenes.

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